Hoy hemos estado hablando de colores. Hemos llegado a la conclusión de que somos de colores y no solo porque tengamos diferentes tonos de piel, sino porque desprendemos una energía que se puede identificar como un color. Es la sinestesia aplicada a la psicología.
Según este modelo (Discovery Insights), que trata de mejorar el trabajo en equipo, las personas tenemos distintas energías clasificadas en cuatro colores que nos influyen a la hora de tomar decisiones, abordar un trabajo o relacionarnos con nuestro entorno y con otras personas. A grandes rasgos, podemos definir los tonos de la siguiente manera:
Los azules son imparciales, objetivos, independientes y analíticos. Los verdes, callados, tranquilos, serenos y conciliadores. Estos dos colores son dados a la introversión.
Los amarillos son alegres, inspiradores, animados y optimistas. Los rojos, positivos, audaces, firmes y enérgicos. Ambos colores caracterizan a personas extrovertidas.
La simplificación de los caracteres a cuatro colores no debe hacernos creer que cada uno somos de un solo color. Como en el disco de Newton los colores se mezclan entre ellos y conforman nuestra singularidad, aunque hay personas que desprenden una luz más azulada, otras, más amarillenta o verde o rojiza.
Al reconocer nuestras propias tonalidades y reconocerlas en los otros es posible mejorar la comunicación en función de las características que definen cada energía. Al fin y al cabo, un equipo es una paleta de colores y lo que interesa es que cada uno pueda poner sobre el lienzo su mejor trazo.