Mi Lanzadera. Capítulo V

Y así hemos llegado al quinto capítulo de este, nuestro querido blog. Si fuese una serie, os metería aquí un giro de guión que ibais a estar tres días sin dormir. Pero resulta que este es un humilde blog de una humilde Lanzadera y, claro, el presupuesto se nos queda corto hasta para escribir. 

Hoy voy a ser un poco más egocéntrico de lo normal. Sí, aun más, cabr... No, esas palabras no puedo decirlas aquí, que me multan.

Les hablaré de nuestra intermediación con Jiribillas. Jiribillas es una productora grancanaria. Y, ya que estamos, las intermediaciones son un proyecto de las lanzaderas en el cual hacemos acercamiento con las empresas y les proponemos varios perfiles de nuestro equipo para posibles contrataciones. Lo explico para lectores de fuera de los lanzaderos, nuestra maravillosa secta.  

Fuimos a Vecindario, hogar de Jiribillas y de muchas cosas maravillosas más, como por ejemplo... bueno, muchas cosas más, la jefaza Inma, nuevamente la aguda Lidia y yo, este modesto escribiente. 

Nada más tomar con el coche la entrada a Vecindario, sentimos esa violenta bofetada de calor y viento calentito que es tan típica de esos lares. Tras reponernos, aunque no del todo, del cálido golpe, salimos del vehículo aún algo tambaleantes y respirando con, digamos, cierta dificultad. 

Nos dirigimos primero a una cafetería. La aguda amiga Lidia me invita a una Coca-Cola. Déjenme hacerles un pequeño inciso para explicarles algo: Lidia y yo tenemos una historia detrás con el tema invitación. Sigue pendiente de invitarme a una Paulaner. Para ser sincero, no recuerdo cómo empezó la historia, solo sé que me la debe. Y punto. Esto no es una excusa para hacer publicidad de las marcas a ver si pagan y aumentar nuestro presupuesto. Es una historia real.

Sigamos. Tras tomarnos nuestras cositas, vamos al edificio señalado. Veo que justo junto a la puerta de Jiribillas hay un sex-shop. Bien. Muy bien. Ese es el tipo de cosas por las que uno se levanta con ganas de ir a trabajar. 

Ya desde la puerta vemos que la oficina de Jiribillas es pequeña, acogedora, familiar. Nos recibe muy amablemente el jefe, José Manuel. Nos explica precisamente que Jiribillas es una empresa pequeña, casi una familia, pero que están dispuestos a colaborar en la medida de lo posible.

Inma, como la jefaza que es, le explica con gran precisión nuestro proyecto mientras él escucha atentamente. Le interesa y hace preguntas. Buena señal. Ella no solo vende al proyecto sino a mi persona. 

NOTA MENTAL: contratar a Inma como representante en su momento.

José Manuel me comenta que han valorado ya mi CV y que les interesa trabajar conmigo, pero de forma todavía esporádica, ya que no podrían contratarme de forma fija.

Es ahí donde entro yo directamente en acción. Le cuento las bonanzas del producto Aday Machín. Estoy tentado incluso de hacer un cruce de piernas tipo Sharon Stone. Pero no me dejé llevar por la emoción del momento. Recapacité y me di cuenta de que en mi caso no sería igual de impactante. Así que seguí simplemente hablando.

Le hice una pequeña encerrona a José Manuel obligándole a leer uno de mis guiones, que había llevado con toda la premeditación del mundo.

Aceptó leerlo de buena gana. Pero no se crean, el momento lectura fue algo incómodo. Me explico. Es un guión pensado para un corto, valga la redundancia, corto. Así que se lee rápido. ¿Pero qué hace uno mientras alguien lee delante de él una historia suya? Es difícil. Miro a la jefaza. Miro a la aguda. Miro al techo. Miro mis zapatos. Miro el despacho en general. José Manuel se ríe leyendo. Tío, tío, que se está riendo, que le mola. Ay, que me da, que me da.

En efecto, le mola y me lo hace saber. Resalta mi humor. Negro, según él. Y me hace el que considero mejor piropo que pueden hacer a mi escritura: que contiene mucho subtexto, varias capas de entendimiento. Mira, mira, con lo que es el subtexto y el metalenguaje para mí en la escritura y en la vida. Quise abrazarle llorando. Pero me contuve. Solamente se me subieron los colores como a un emoticono del WhatsApp y se lo agradecí amablemente.

Total. Que José Manuel me emplaza a una cita personal. Quiero decir, no del tipo cenar y lo que surja, sino tipo entrevista de trabajo, que, en fin, son menos divertidas pero también cuentan. Y me dice, además, que quieren contar conmigo para probarme en varios eventos.

Vamos. Que uno salió de ahí contento y con el pecho hinchado. 

Ya fuera, me llega un correo diciéndome que soy uno de los cinco finalistas del Taller Guión Draft. En el que participé tras recomendación de Nuria Guinot, de LPA Film Commision, conocida mediante la Lanzadera. Así que ahí sí que sí, dimos la vuelta y nos metimos al sex-shop. No, es broma. 

Ejem.

Aday Machín.