Merecen la pena.

Hemos entrenado. Estamos preparados.
No tienen miedo al cambio. Son personas flexibles, con una gran capacidad de adaptación. Saben que el miedo paraliza e impide la felicidad, así que no temen al cambio.
Desarrollan una fuerte intuición emocional. El lenguaje corporal, la actitud,…todo delata cómo se siente otra persona sin necesidad de confesarlo. Y ellos han desarrollado una mayor habilidad para verlo.
Son más impermeables a las ofensas. Porque se conocen mejor y son unas personas mucho más seguras que cuando entraron, lo que dificulta que un comentario hiriente o una broma malintencionada les amargue el día. En el café se olvida todo.
Desarrollan un vocabulario emocional. Todo esto se debe a la dificultad que implica el no saber expresar una emoción.
Saben cuáles son sus puntos débiles y sus puntos fuertes. Conocen bien lo bueno y lo malo de ellos, lo que les permite sacar lo mejor en cada situación.
Ellos se interesan más por los demás, y este interés es producto de la empatía que entrenan día a día.

Aprenden de los errores, no los olvidan, pero tampoco se hunden en ellos. Porque pasar demasiado tiempo pensando en un error no sirve para nada. Le dan la importancia justa y continúan.
Aprecian lo que tienen. No significa que no tengan aspiraciones o que no quieran mejorar. Claro que se marcan objetivos y buscan cosas mejores, pero saben valorar lo que tienen y esto les hace felices.
Son capaces de desconectar. Porque no sirve de nada llevarse los problemas de un sitio para otro. Saben separar y buscar sus momentos para desconectar.
Evitan los auto-discursos negativos. Identifican lo bueno, lo malo, analizan y valoran, pero desechan el discurso negativo al que recurre mucha gente. Porque ellos han aprendido que no sirve para nada.
No buscan la perfección. Y este es, quizás, uno de los puntos más importantes. Porque ellos saben que la perfección no existe, y son felices sin pretender encontrarla.
Merecen la pena.