Continuará...

Era Febrero y aún hacía frío en las calles, pero mucho más en nuestro interior. Cada una de nosotras cargaba con una mochila repleta de noes, de autocandidaturas sin respuesta, de pérdida de nuestras brújulas vitales, de experiencias que no volverían y de la desazón que provoca el teléfono mudo.

Llegamos sin saber muy bien qué esperar de los ojos que nos observaban, del proyecto en el que nos estábamos embarcando y del puerto al que se supone que teníamos que arribar. Lo primero, como en cualquier acto socialmente correcto, las presentaciones. ¿Quién eres? ¿Qué has estudiado? ¿Cuál es tu edad? Datos tan tópicos que no abarcan el ser real que cada una de nosotras somos. 

Pasan los días y empezamos a conocer de verdad quién es cada una de nosotras, los problemas económicos de una, la dependencia de unos padres en otra, los niños no me dejan dormir, y una tras otra nos llenamos de las experiencias vitales de todas. Poco a poco vacíamos la mochila de nosotras mismas, para empezar a llenarla de las demás. Y mis problemas se aligeran, se notan menos pesados más asumibles porque en vez de cargarlos sola, 42 manos me ayudan a caminar con ellos.

Trabajamos juntas, cada día y hay roces, por supuesto. Pero lo que aprendo yo de tí no podría aprenderlo de nadie más, y a cambio te enseño aquello qué se hacer. Intercambiamos conocimientos, entre cafés y quejas diarias. Y así pasan los días que cada vez se hacen más cortos, y compartes conmigo las ofertas que ves pero también que hoy te duele la cabeza o que mañana tienes una reunión de padres. 

Así casi sin enterarnos, el primer contrato no tarda en llegar y hay quién nos abandona, pero otra llega a ocupar su lugar. De nuevo comenzamos a presentarnos, pero ya no es igual. Los datos se mezclan con las vivencias, ya no sólo soy yo y mis estudios, tengo un hijo, tengo padres, mi vida es ésta. El teléfono suena de nuevo pero no te contratan y no pasa nada, porque aunque duele el rechazo, aunque el dinero escasea y los ánimos se desmoronan, nosotras te esperamos, te arropamos y te decimos, por que lo sabemos, que ese no era tu tren. Que vendrá otro mejor, más brillante, con tu nombre grabado en el asiento. Otras veces te escogen, te incorporas al mercado laboral y te vas. Te echamos de menos pero nos alegramos tanto por tí que es como si fuera a nosotras a quienes han seleccionado. 

Y así una y otra vez, nos presentamos, nos conocemos, nos descubrimos. Pasan los días, te pregunto qué tal tu padre, me preguntas qué tal el fin de semana en la casa rural. Te conozco, me preocupas, te ayudo y recibo de tí lo mismo. Abrirse es cada vez más fácil y hoy lloro porque no puedo más, pero tu me abrazas porque yo valgo mucho. Te creo y el sol de repente, no sé cómo, vuelve a brillar.

No es solidaridad, no es empatía, no es voluntariedad. Es cariño, del bueno, del de verdad, del que se tienen los niños que se ayudan porque sí. 

Unas se han ido, otras continúamos, pero ninguna ha dejado de estar. Ahora que nuestro camino en este proyecto ha llegado a su fin, algunas no vemos la meta todavía y aunque da pena separarse, todas sabemos que el final no está escrito. Así que A-neska hoy y siempre continuará...